La expresión deportiva como tiempo de juego
La expresión deportiva como tiempo de juego
Jesús Castañón Rodríguez
En otoño de 2008, se ha publicado en Estados Unidos un estudio sobre la mejora que hablar, leer y escribir de deportes ejerce en las zonas cerebrales relacionadas con las habilidades atléticas y la comprensión lingüística.
El deporte moderno es una forma de despertar a la vida y a la expresión lingüística de las emociones intensas. Su vivencia y sentimiento, en edad infantil y adolescente, conforma un tiempo de juego para aprender a captar las emociones, fijarlas en la retina y detenerlas en el tiempo mediante su recreación con el lenguaje. Para saltar al campo de la creatividad. Para recorrer la pista de la invención de palabras y dar nombre a momentos imprevistos, acciones con un alto grado de perfección o situaciones envueltas en la euforia. Para pisar el terreno de juego de la mirada a América con sus términos de fantasía. Para entrar en el recinto de los lenguajes figurados a la hora de describir. Para desplegar la imaginación con juegos basados en la modificación de discurso repetido y la retórica a partir de referencias culturales…
La historia de la lengua y la literatura española está repleta de niños y adolescentes deportistas que se animaron a escribir y contar sus experiencias y recuerdos. Es el caso de premios Nobel como Vicente Aleixandre, un deportista pasivo fascinado por la elegancia del patinaje, y Camilo José Cela que en estas edades fue un activo practicante de fútbol, natación, piragüismo, vela y yudo.
En Castilla y León también ha habido deportistas activos. El caso más llamativo lo configura el chaval que aprendió a bucear, nadar en estilo libre, flotar y capturar sus primeras piezas de caza menor con Julio Alonso, Narciso Alonso Cortés y los hermanos Sigler. El niño al que su padre le obligaba a dar vueltas por la casa familiar para que aprendiera a ir solo en bicicleta. El colegial que se emocionaba con el fútbol recitando alineaciones, memorizando resultados y jugadores y que además era capaz de recrearlo con botones para jugar a escondidas en el pupitre de clase, con canicas en el patio, con pelotas de trapo o bolas de papel en la galería de la casa familiar y con una pelota de goma en los andenes del Campo Grande. El adolescente observador que dedujo que «el equipo que después de perder en casa visita a otro que viene de ganar fuera, si no se alza con el triunfo sumará al menos uno de los puntos en litigio». Su nombre es… Miguel Delibes.
El deporte es un tiempo de juego que acompaña toda la vida. Hablar y leer sobre él forma parte de la aventura personal de emocionarse con lo vivido, comprenderlo y tener valentía para contarlo.
Escribir sobre deporte con calidad constituye un nuevo paso selectivo en el que son muchos los llamados y pocos elegidos. En la vida, al igual que en el fútbol, sólo hay un Teatro de los sueños que es el estadio de Old Trafford en Manchester. No obstante, siempre queda la satisfacción de contar con millones de canchas y recintos para la esperanza personal de jugar con el lenguaje con un ritmo y nivel de complejidad propios. Para adquirir su técnica. Para participar sin exclusiones en la recreación apasionada y artística de la gran variedad de disciplinas que el deporte ofrece como práctica espontánea, actividad organizada en estructuras asociativas y espectáculo de masas.