1 de diciembre de 2021

La formación lingüística de los periodistas

Por Jesús Castañón Rodríguez

La formación lingüística de los periodistas

Salvador García Llanos. Presidente de la Asociación de Periodistas de Tenerife.

Texto de la intervención en las VII Jornadas del Español en Canarias: Lengua y Medios de Comunicación. Universidad de La Laguna, Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación, 24 de noviembre de 2021.

Agradecemos, en primer término, al profesor Hernández la oportunidad de intervenir en esta convocatoria de la Academia Canaria de La Lengua.

Nuestra intención es la de ofrecer una interpretación periodística, que no profesoral, (“…uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto…”, que diría el poeta), de un aspecto en el que a menudo no se repara y lo que es peor, no se cuida ni se perfecciona, como es la formación lingüística de los periodistas.

Así, nos vamos a remontar a octubre de 1985, cuando Madrid acogió el Congreso de Academias de la Lengua Española. En las conclusiones, hubo hasta dieciséis propuestas en defensa del castellano. En la primera, figura de forma explícita el factor que prueba la relación de dependencia entre la unidad de la lengua y los medios de comunicación. Dice así:

“Resulta particularmente importante el análisis de la lengua en los periódicos y revistas, porque se trata de un registro que goza de mayor permanencia que los que corresponden a otros medios de comunicación”.

Otras dos propuestas aludían a esta preocupación de los académicos de todo el mundo hispanohablante. Así quedaron consignadas:

“Hay que fomentar en los diarios, radionoticieros y noticieros de televisión, columnas o secciones de orientación gramatical”.

“Antes de señalar errores o vicios es necesario que los lingüistas analicen y describan el estado de las lenguas en la prensa”.

De aquel Congreso se recuerda aún la ponencia presentada por el profesor Fernando Lázaro Carreter, cuyos dos últimos párrafos versaron, respectivamente, sobre la influencia de los medios de comunicación en el desarrollo de la lengua y la importancia de una política colectiva de los pueblos hispanos en aras de una deseable unidad lingüística. Vamos a reproducirlos:

Primero: “Hacen falta unos organismos prestigiosos que estimulen los impulsos conservadores de la lengua (…) Las academias ya no pueden proceder como antaño. Si en períodos anteriores les bastaba con su instalación en el nivel cultural más alto, y su perfecto acuerdo con la literatura –con cierta literatura- para quedar justificados, precisan hoy, si de verdad quieren influir en la vida del idioma, acordarse con el  nuevo modo de vivir la lengua en el seno de la vida social. Y, para ello, necesitan las academias una alianza estrecha con los medios de comunicación. Han de unir la autoridad que ellas deben poseer merecidamente  con el poder impresionante de radio, prensa y televisión. Hemos de juntarnos todos en esta gran empresa, que no es estética, sino de honda frecuencia social”.

Y segundo: “Importa, en efecto, vitalmente a los pueblos hispanos mantener la unidad lingüística. Es ella la que ha de darles la fuerza precisa para hacerse conjuntamente importantes en un mundo de bloques. Aflójense, rómpanse los nudos idiomáticos que hacen sólida la red de nuestros pueblos y el siglo futuro conocerá la carrera de todos ellos hacia la insignificancia”.

El profesor José Luis Martínez Albertos, hoy catedrático emérito de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, cuya obra ‘Redacción Periodística’ tanto nos ayudó en la primera etapa de Diario de Avisos, intérprete de aquel Congreso madrileño y autor de un espléndido trabajo titulado “Formación lingüística del periodista”, llegó a la conclusión de que “los medios de comunicación desempeñan un papel de relevante importancia en la lucha por asegurar cierto grado de unificación idiomática”.

Martínez Albertos, que sigue recomendando “leer mucho y buena literatura”, afirmó que “el gusto por el idioma es lo que hay que conseguir”, y es ese sabor el que hay que paladear a la hora de formarse.

Por supuesto, el español lleva siglos evolucionando en su viaje por el tiempo. Hace unos años encontró un nuevo lugar llamado redes sociales que, de alguna manera, actúan como aceleradores de los cambios que se están produciendo en los idiomas. Varios estudiosos concluyen que no tiene sentido mirar este hecho con recelo. El que fuera adjunto a la dirección de El País, actual jefe de opinión de la plantilla de eldiario.es y miembro del consejo de redacción de la revista Cuadernos de Periodistas que edita la Asociación de la Prensa de Madrid, Gumersindo Lafuente, precursor del periodismo digital en nuestro país, considera que “las academias no deberían velar por la pureza del idioma, sino por su evolución. Si no evolucionara, tendríamos que acabar abandonándolo porque perdería su función”.

Lafuente lo explica con un ejemplo muy ilustrativo: “Hemos pasado de una época en la que se hablaba mucho por teléfono (nos regañaban porque hablábamos demasiado y no escribíamos cartas) a una era en la que se escribe muchísimo. Hemos pasado de un uso de la lengua más oral a uno más escrito”. Y remata: “Nunca se ha escrito tanto desde que existe el correo electrónico y se utiliza el chat. Esto nos obliga a utilizar de forma diferente las palabras y a organizar bien el lenguaje. Es una buena noticia”.

El lenguaje, entonces, resulta un instrumento de trabajo primordial en el periodismo de nuestros días. Hay que perseverar pues en las facultades de las universidades, públicas y privadas, y en centros de formación, para conceder a la carga académica dedicada al lenguaje la importancia y la dimensión necesarias.

“Cuando un profesional domina el lenguaje –puede leerse en un trabajo aparecido en el sitio digital SOMA Comunicación- hay más posibilidades de que no cometa errores. Para ello ha tenido que pasar por una formación pero el cuidado de las palabras no se ha de quedar en el título universitario colgado en el salón de los padres. Los periodistas tenemos la responsabilidad del contenido que publicamos, ya sea por el fondo en cuestión como por la forma. Igual de importantes son los mensajes que transmitimos porque sabemos que crean opinión pública, tendencias y modelo de comportamiento como el modo de expresarlo”.

Respetemos, pues, el lenguaje, base indispensable no solo de una buena escritura sino de una estimable capacidad expresiva. Las normas lingüísticas están para algo y van más allá de la ortografía, por lo que hay que recordar la gramática y la diversidad de sinónimos y antónimos. La revolución digital que también ha afectado a la comunicación ya no considera a los periodistas como los únicos que han de cuidar la lengua: están también los  blogueros, vivan o no de sus portales digitales, y todas aquellas personas cuya capacidad comunicativa en las redes sociales es alta. Todos hemos de ser conscientes de la responsabilidad como comunicadores.

La Real Academia Española se esfuerza en ofrecer herramientas de trabajo que faciliten la tarea y la Fundación del Español Urgente (Fundeu BBVA) atiende dudas lingüísticas desde Twitter con una capacidad de respuesta muy alta, en tanto que su web es un lugar clave para despejar incertidumbres.

La brevedad y la concisión, la claridad y la sencillez, la vivacidad y la plasticidad deben ser los pilares o los ejes sobre los que gire el lenguaje periodístico. Por tanto, hay que describir o expresar el mensaje de la manera más sucinta y precisa, si se puede, eludir detalles innecesarios. La claridad y la sencillez del lenguaje distinguen cualquier texto y cualquier discurso. Hay que evitar expresiones oscuras, retorcidas o ambiguas y estructurar los textos de manera ordenada y bien secuenciada. Hay que aspirar a un estilo ágil y dinámico; luego el lenguaje a emplear, para facilitar la lectura y la comprensión, debe caracterizarse por el empleo de formas directas y atractivas.

Los estudiantes y los permanentes aprendices que debemos ser los periodistas hemos de ser sensibles a la evolución del lenguaje. El mal uso del idioma, esto es, los errores ortográficos, la falta de cuidado con la sintaxis a la hora de escribir o presentar las noticias, la mal entendida economía del lenguaje y, en general, todo el material informativo, es indicador de cierto déficit formativo y automáticamente genera pérdida de credibilidad.

Permitan que contemos una anécdota familiar al respecto. Una noche, durante la cena, veíamos los cuatro un programa de una televisión local en la que el locutor/presentador dijo textualmente:

-El (cargo público), a raíz de la decisión adoptada, andó desorientado.

Inmediatamente, llamamos la atención:

-No se dice andó sino anduvo.

Los dos hijos, entonces en formación de bachilleres, disconformes, replicaron casi al unísono:

-Pues lo dijo (el locutor), así que tiene que estar bien dicho.

Nos remitimos, claro, para aclarar a los hijos, a la particularidad irregular del verbo andar y a esta forma concreta del pretérito perfecto simple, antes indefinido. Tengamos presente, de acuerdo con la periodista Elena Álvarez Mellado, que las palabras y estructuras más frecuentes de un idioma son las que tienden a acumular irregularidades. Por un lado, las palabras que usamos a diario sufren más desgaste, lo que favorece o acelera que experimenten cambios más drásticos. Y por otro, el mismo uso elevado que fomenta irregularidades en los vocablos más frecuentes mantiene en mucho casos el resguardo de otras oleadas de cambio más generales que aplicamos en bloque al resto de palabras para homogeneizarlas.

Lo cierto es que errores de ese calibre –ya se ve cómo cunden- generan críticas comunes a los medios, a los periodistas, locutores, locutoras, redactores y presentadores o presentadoras. En numerosas ocasiones, artículos, conferencias o coloquios, hemos apoyado las iniciativas que fomenten la lectura entre niños y jóvenes así como el espíritu crítico a la hora de formar, incluso en la Universidad, ante la abundancia y la pluralidad de la oferta informativa. Se trata de estimular una buena escritura, el respeto por las normas ortográficas y un mejor uso del lenguaje que, en el caso del español, en virtud de su belleza intrínseca ofrece tantas posibilidades y matices, como bien lo han demostrado escritores, poetas, autores y periodistas. Todo esto, ¿qué significa? Debemos ser cuidadosos con el lenguaje. Por un respeto elemental al mismo idioma, y a los lectores, radioescuchas, telespectadores y hasta anunciantes.

Un periodista colombiano de postín, Enrique Santos Montejo, uno de los fundadores del diario El Tiempo, advertía hace algunos años que el periodista estaba obligado a redactar y revisar sus escritos con el fin de asegurarse de que los mismos estuvieran bien logrados y pulidos.

Aludimos antes al espacio de las redes sociales que va mutando y se va agigantando, al compás de avances tecnológicos, hasta límites insospechados. Claro que influyen en nuestro modo de hablar y de escribir. Repasemos algunas valoraciones de autores como Mario Tascón, periodista especializado en el universo digital y los nuevos medios, director de la consultora Prodigioso Volcán y coordinador del manual Escribir en internet. Preside la Fundación del Español Urgente (Fundéu).  Autor, además, de un libro recomendable, El derecho a entender, cuyo subtítulo, La comunicación clara, la mejor defensa de la ciudadanía, posiblemente sea una auténtica sentencia en los tiempos convulsos y desmadrados que nos ha tocado vivir.

Asegura Tascón que nos movemos del monólogo al diálogo. Por eso pondera una frase del escritor Vicente Verdú: “Los periodistas durante mucho tiempo pensamos que a la gente le gustaba escuchar y descubrimos que lo que le gustaba era hablar”. Nunca ha habido una oportunidad –volvemos a Tascón- de comunicarse con los lectores como hay en la actualidad.

“Los españoles nos creemos los garantes de este idioma. Pero no es así. El resto de hispanohablantes tienen mucho que decir. Aunque sea por la cantidad de personas que viven en América. Es la principal oportunidad del español para seguir creciendo y evolucionando”, afirma un Manuel Tascón muy juicioso cuando señala que las “redes sociales obligan a los periodistas a un  entrenamiento continuo. El ejercicio de titulación en Twitter es constante”.

En una época en la que se han puesto de moda nuevamente los géneros breves, cuando los refranes y los chistes siguen siendo aceptados con estimable éxito -la red Twitter tiene mucha determinación en ello-, el responsable de comunicación online y redes sociales del BBVA, Txema Valenzuela, nos acerca a la importancia del lenguaje escrito en la actualidad con esta breve descripción:

“Ahora nuestra identidad está formada por una foto muy pequeña y todo lo que escribimos. Y eso hace que nos preocupemos muchísimo más por lo que redactamos. Estamos participando en un medio global. Todo lo que decimos puede llegar a todo el mundo”.

De ahí su advertencia sobre la incorrección en el lenguaje en Internet, “que nos acaba arrastrando”, escribe. Emplea como ejemplo los errores del lenguaje deportivo que antes tanto abundaban, “pero ahora el económico se lleva la palma”. Y razona: “Muchas veces los que estamos en el origen de la comunicación (las empresas), cuando emitimos notas de prensa, empezamos escribiendo mal y eso se traslada a los periódicos. A menudo se utilizan expresiones sin sentido y eso cala en la prensa”.

Más radical aún parece María Cappa, licenciada en Periodismo,  con prácticas en Onda Cero, RadioTelevisión Española y El Mundo, además de colaborar en la revista Líbero, quien para justificar el buen uso de la lengua como escudo del periodismo para defender la verdad, pone los siguientes ejemplos: los recortes son ‘ajustes’ para los poderosos; el rescate es una ‘linea de crédito’ y los desahucios son ‘ejecuciones hipotecarias’.

Los riesgos del surgimiento de una nueva ortografía para Internet son anticipados por el traductor y presentador de televisión, Xosé Castro. “La Real Academia –afirma- nos sirve hasta que encendemos el ordenador. Tenemos una especie de ortografía técnica aplicada”. Sostiene Castro, tras reparar en el hecho de que en muchos periódicos se utiliza un tipo de letra en su versión digital y otro para la versión impresa, que hay que superar la tentación de “dejarnos llevar por esta coloquialidad de los medios sociales y contribuir a la creación de ciberanalfabetos”. Concluye: “Somos la persona que escribe”.

Dediquemos los próximos minutos al lenguaje inclusivo, generador de no pocas polémicas entre quienes creen que es imparable el proceso de adaptación a la fuerza arrolladora de nueva terminología, abanderada, por cierto, de igualdad o de alguna connotación ideológica; y entre quienes prefieren seguir con el uso común de toda la vida, máxime si está sustentado en alguna resolución académica. Es paradójico, a propósito, que se reclame a las academias y a las instituciones una intervención en el vocabulario o en la lengua, cuando lo general en los últimos tiempos han sido un mal disimulado rechazo hacia cualquier política de imposición normativa.

José Luis Moure, doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, quien presidiera durante varios años la Academia Argentina de Letras, autor de numerosos artículos y de ponencias sobre su especialidad, filología de la cronística castellana medieval,  asevera que “es una evidencia comprobable que los cambios lingüísticos que se imponen en una sociedad son aquellos que alcanzan difusión en los sectores más vastos de la población, y que usualmente –con las excepciones esperables en todos los procesos humanos- nacen de procesos evolutivos de la propia estructura del idioma; de la búsqueda de una mayor expresividad (sobre todo en el léxico); de la designación de realidades antes inexistentes (el mundo de la técnica es un buen ejemplo); y, en una suerte de corolario de esto último, de las modificaciones sociales compartidas. En lo que atañe a la gramática propiamente dicha, suele prevalecer casi siempre una simplificación del sistema”.

Moure cree que a la hora de moldear o de aceptar la propuesta “inclusivista”, es preciso separar “la preocupación que está en su base –legítima en tanto procura el reconocimiento, defensa o ampliación de derechos de un sector de la sociedad- de los mecanismos, en este caso de intervención en la lengua de quinientos millones de usuarios, a los que se confía la empresa”.

Otro autor relevante, el venezolano David Figueroa Díaz, licenciado en Comunicación Social por la Universidad Católica de Maracaibo, iniciado en el género de opinión desde su juventud, un estudioso del lenguaje oral y escrito, opina que es justo reconocer que “cada  día aumenta el interés en muchas personas por adquirir facilidad en el manejo de la gramática y la ortografía, lo cual es plausible, y se evidencia en las frecuentes publicaciones en redes sociales y otros medios, en los que de manera regular surgen inquietudes al respecto”.

Dice que la mayoría de esos contenidos son útiles para aclarar dudas; “pero a veces la intención se desvirtúa pues están plagados de purismo y de otros elementos que, lejos de aclarar, confunden”.  Eso sí, advierte Figueroa que el “purismo no es malo. No obstante, si se aplica en exceso, pudiera resultar improductivo”.

La ya citada María Cappa ha dejado escrito que las redes sociales, los medios digitales, la radio, la televisión y, en menor medida, la prensa, “forman parte de ese contexto del que se nutren tanto el adolescente como los amigos o familiares con los que se va a relacionar. Es decir que, en parte, del buen o mal manejo que se haga en los medios de comunicación, y su consecuente influencia en la sociedad, dependerán las habilidades intelectuales de los ciudadanos”.

Si estamos de acuerdo, entonces, en que los periodistas, en concreto, o sea, aquellos que acercan la realidad a los consumidores de información, y los ciudadanos, en general, no manejan el lenguaje, se terminará aceptando como válidos los intentos de manipular la realidad por parte de quienes tienen el poder. Sobre los periodistas recae la responsabilidad de usar el lenguaje con conocimiento y con seguridad, de manera que cuenten la realidad para que los destinatarios de su escritura o de su expresión la entiendan en su verdadera dimensión. Si las palabras o los textos de los periodistas tienen una mayor repercusión social, cabe exigirles por tanto una mayor responsabilidad sobre el uso del lenguaje.

Coincide con ello Javier Lascurain, licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, figura destacada en la agencia EFE y alma mater de la Fundéu BBVA, cuando afirma que “cuanto mejor maneje el lenguaje un periodista, mejor se entenderá su mensaje”. Lo dice a sabiendas de que un profesional de la información “no se limita a contar cosas, sino que lo relevante es saber qué cosas se cuentan y para qué”.

Y es que “el periodista es un hablante de calidad”, tal como define la profesora ayudante del Departamento de Lengua Española de la Universidad de Valladolid, Silvia Hurtado González, en un interesantísimo trabajo sobre el tema que nos ocupa, titulado “Los periodistas y la lengua”. Dice Hurtado que “la palabra del periodista no es, desde luego, la palabra mágica o ritual que crea la realidad, pero no debe ocultarla con trampas semánticas cambiando el verdadero nombre de las cosas. No es un uso inocente del lenguaje  sino que es un arma política y de dominio social cuyas consecuencias son, a veces, imprevisibles”.

Siguiendo su argumentación, una de las preocupaciones esenciales del periodista, debe ser que las palabras signifiquen lo que quieren decir. “En caso contrario –añade- la lengua no comunica convirtiéndose en un catálogo de lugares comunes, porque basta con repetir las mismas trampas semánticas insistentemente para que éstas acaben por incorporarse a esa galería de tópicos con que se acostumbra a describir la realidad para hacerla más tolerable”.

Luis Antonio de Villena, en un artículo en El Mundo, publicado en mayo del 2000, condensó este pensamiento, o sea, devolver a las palabras su sentido original y normalizado con una poética reivindicación: “¡Palabras, palabras, palabras! Todo está en ellas. Conviene pues limpiarlas y cuidarlas. Para que no se superpongan  semánticamente y obren como tósigo o lengua de culebras”.

Pero es el filólogo vallisoletano, escritor y periodista, Tomás Hoyas,  quien glosa con brillantez metafórica el uso de la lengua y de las palabras. Dice: “Porque ese bien tan precioso como indispensable que es la lengua, la sustancia primera y última del pensamiento, sabe acomodarse o resurgir: mezclarse híbrida y mestiza, permanecer intocable como un museo indestructible. O hacerse amiga de préstamos a intercambios con la humildad que solo poseen los inmortales. La lengua siempre vive en casa del herrero con cuchillos de palo. Es una herencia tan maravillosamente habitual que solemos dilapidarla sin ningún escrúpulo, casi como los amores de madre, que son ciegos y nunca los echamos de menos. Pero la lengua es amable incluso con quienes resultan sus amistosos enemigos, y nos ha dejado en usufructo el habla, para que cada uno vista el lenguaje con ropajes de adjetivo carmesí o harapos empolvados de desidia y desconocimientos”.

Hasta el léxico periodístico del deporte, como apunta otro profesor vallisoletano, Jesús Castañón Rodríguez, quien nos obsequia con la publicación de algún trabajo personal en su prestigioso sitio digital, idiomaydeporte.com, participa en lo que llama la fiesta de la inteligencia. “Contribuye –precisa- con su cruce de energías creativas a rehacer mundos imaginados y permite a los pueblos transformar la realidad hostil en una posibilidad de disfrutar hasta redescubrirse con ilusión. Y el periodista guía las emociones y pone las palabras en juego para conectar los recintos deportivos con la sociedad. Si lo hace con equilibrio, precisión, claridad e ingenio dentro de las leyes del propio idioma, además alcanza una gran influencia social”.

Terminamos con otro texto de un paisano, Zoilo López Bonilla, licenciado en Bellas Artes, residente en Barcelona, que, reflexivamente, envuelve con idealismo los  elementos que hemos manejado en este recorrido con el que hemos pretendido acercarnos a “La formación lingüística de los periodistas”. 

“Sobre aquella inmensa y sosegada explanada de silencio, la palabra tomó tranquilamente asiento y allí aguardó pacientemente, durante siglos, hasta que hicieran su aparición la idea y el pensamiento para ponerse inmediatamente bajo su incondicional servicio.

“Sin embargo, la palabra jamás se sentiría responsable absoluta de sus actos; estos siempre fueron propiedad exclusiva de sus únicos dueños: la idea y el pensamiento, respectivamente.

“Desgraciadamente para nosotros, la palabra no gozará jamás de la independencia necesaria que le permita rechazar frontal y formalmente, -de manera totalmente autónoma-, determinadas ideas y pensamientos expresadas a través de ella.

“Es por ello que cuando cualquier ser humano se siente visiblemente vilipendiado por la idea o el pensamiento expresado por alguno de sus congéneres no parece de recibo obligarle a que retire sus supuestas ofensivas palabras porque estas, de ninguna manera, jamás pueden ser culpables de la responsabilidad que sólo atañe al pensamiento y a la idea. A estos ofensores sólo cabe atribuirles aquello que se entiende por haber hecho, simplemente, un mal uso de la palabra”.

Confiamos en que lo dicho no les haya aburrido y sí resultado provechoso.